La moda de los selfies aftersex, nacida hace escasas semanas en EEUU, ya ha tenido su réplica en casi todos los rincones del planeta. Se trata de una autofoto realizada tras haber mantenido relaciones sexuales, y que luego se comparte en las redes sociales, principalmente Instagram. Para los usuarios que cuelgan estos particulares selfies no va más allá que una costumbre como puede ser la del cigarrillo postcoital, aunque para los pocos psicólogos que, debido a la novedad de este fenómeno, se han acercado a ellos como objeto de estudio, coinciden en relacionarlo con un narcisismo de carácter patológico.
La frecuencia con la que se cuelgan fotos en las redes sociales es proporcional al grado de narcisismo de cada uno, según un estudio de psicología social citado por Yves Michaud en su ensayo El narcisismo y sus avatares, publicado el pasado mes de marzo por Grasset. Sin embargo, no puede entenderse esta egolatría en los parámetros de antaño, sino en un contexto en el que la tecnología proporciona una multitud de espejos en los que mirarse y mostrarse a los demás, matiza el filósofo francés, autor de numerosas obras sobre estética y filosofía política.
La necesidad “loca” de exhibicionismo no tiene barreras hoy en día, ni siquiera en lo referente a cuestiones de la esfera más íntima, como el sexo, y es en este punto en el que se enmarcan los selfies aftersex. “Mostrar la vida sexual es un fenómeno generalizado hoy en día, nadie se siente escandalizado por ello y, a todas luces, revela una personalidad vacía”, añade Michaud. Para los menos atrevido existe también la modalidad aftersexhair, que como su propio nombre indica, consiste en mostrar el peinado, o más bien despeinado, que se luce tras una relación sexual.
De la necesidad de compartir a la adicción por exhibir
El filósofo Michel Foucault teorizaba los encuentros sexuales desde una perspectiva bien distinta y menos banal que la actual: «el sexo es aquello por lo que cada uno tiene que pasar para acceder a la totalidad de su cuerpo (alma) y de su identidad». Una descripción totalmente alejada de la realidad contemporánea, pues la identidad se refleja únicamente en el hecho de compartirla, no ya a la hora del café o tomando una cerveza con las personas más allegadas, sino con esa tropa de admiradores anónimos, o “amigos”, como se denominan en las redes sociales.
El compartir ha dado paso al exhibicionismo, lo que pone de manifiesto el placer porque nos mire. Una necesidad de reconocimiento, que ni siquiera es grupal, y que caracteriza a las personas con una “personalidad débil, tremendamente inconsistente”, según Michaud. Un reconocimiento, lógicamente, superficial y que, además, es adictivo y, en ocasiones, hasta perverso. La multiplicidad de medios tecnológicos a nuestra disposición es indisociable de esta cultura narcisista contemporánea.
El afán por mostrarse (“mira con quien me he acostado”, “estoy encantado”, “hemos tenido una noche loca”, por poner sólo algunos ejemplos), suele reflejar, en realidad, justo lo contrario a lo que se revela. Como explicaba en esta entrevista la periodista y escritora sueca Carina Bergfeldt, en Facebook se trasmite “la falsa percepción de que todo en nuestras vidas es bonito, cuando en realidad pasamos por una situación difícil”.